domingo, 3 de mayo de 2020

Covid: Obispos incomprendidos


En medio de esta pandemia del Covid-19 circulan en redes sociales algunos videos de personas y familias que piden a los obispos abrir los templos lo más pronto posible. Son fieles que tienen hambre de recibir la Eucaristía y eso ha de alegrarnos a todos. Sin embargo los obispos de la Iglesia nos piden obediencia. No caigamos en críticas o rebeldía contra la disposición del ayuno eucarístico mientras dura el confinamiento. En su enseñanza del buen pastor, Cristo Jesús habla de entrar por la puerta, y no tratar de saltar por la cerca para entrar. Escuchemos la voz del Señor representado en sus pastores, tengamos la sabiduría y la caridad hacia todos, y sepamos esperar para entrar en el templo cuando el buen pastor quiera que la puerta se abra. Quien obedece no se equivoca y tengamos la certeza de que pronto nuestra tristeza se convertirá en alegría.

A pesar de que los contagios no han disminuido significativamente, algunos lugares como en Texas, las autoridades civiles están permitiendo que la población regrese paulatinamente a su vida cotidiana, con el motivo de reactivar la economía. Muchas personas han reaccionado diciendo que ellos no regresarán a sus trabajos todavía, que se trata de una decisión prematura del gobierno y de una absoluta imprudencia ya que se está exponiendo a los ciudadanos al contagio. Es muy posible que a los pastores de la política les interese más pastorear la economía y las elecciones de noviembre que a sus mismos ciudadanos. Aprendamos de Cristo, el buen pastor, a preocuparnos por la vida integral de las ovejas y cuidarnos unos a otros en tiempos en que lo exige la prudencia y la caridad.

El tiempo de reclusión y distanciamiento social nos brinda una estupenda oportunidad para escuchar la voz de Dios. Hace unos días un joven me decía que en el silencio y la soledad de la cuarentena había llegado a experimentar una verdadera hambre de regresar a Dios y a la Iglesia. Aunque había sido un activo servidor parroquial, optó por alejarse y terminó perdiéndose en faltas morales graves. Ahora de boca del Señor que le habla al corazón ha escuchado nuevamente su nombre para reconciliarse con él y despertar su vida cristiana. Era necesario, antes, guardar silencio. Que en la intimidad del hogar podamos escuchar a Jesús que pronuncia nuestro nombre –como María Magdalena ante la tumba vacía– y podamos llamarlo "mi maestro, mi Señor, mi Buen Pastor".

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