martes, 16 de abril de 2019

Mi columneja


Reconstruir Notre Dame
Una de las escenas más conmovedoras durante el incendio de Nuestra Señora de París la hicieron muchos católicos franceses que, entre lágrimas, cantaban el Ave María mientras se despedían de su catedral. Eran los descendientes de aquellos que resistieron la persecución a la Iglesia que vino con la Revolución Francesa. Con su llanto y su canto nos han dicho lo que significan estos templos. Las catedrales son principalmente las casas que el Señor edifica para su pueblo; fortalezas cuyos gruesos muros representan el abrazo y la protección de Dios a sus hijos; lugares en los que resuena la Palabra de Dios revelando la Verdad y el camino de la salvación; santuarios donde se congrega el pueblo de Dios en torno a su obispo, sucesor de los Apóstoles y representante de Cristo; espacios sagrados recubiertos de la majestad y belleza de obras artísticas como expresiones del amor a Dios que tiene el pueblo. Por eso la destrucción de la catedral nos ha dolido a los católicos del mundo.

Mientras que el mundo secular lamenta el incendio de Notre Dame solamente por el valor histórico, cultural y artístico que se ha perdido, pero no por ser un monumento de la fe católica, nosotros hemos de orar para que se reconstruya, además de la catedral, y sobre todo, el cristianismo europeo. Porque es el cristianismo el que ha unido a Europa en un mismo espíritu, el que la ha consolidado con los mismos valores y el que puede guiar al continente en su camino de libertad.

Condenado, además, por ser varón
El discurso que se maneja en algunos medios de comunicación en torno al asesinato de la estudiante de la UACJ Dana Lizeth Lozano, cometido por su ex novio, es un pregón teñido de ideología de género. "Misoginia", "violencia de género" y "feminicidio" son términos de los que se valen organizaciones feministas para hablar sobre este crimen y llevar agua a su molino, atizando más leña al fuego de esta absurda guerra de sexos que siguen provocando. Sin pretender disminuir la culpabilidad del victimario, quien sin duda merece el castigo de la Ley, ese hombre está sufriendo no sólo por haber cometido un asesinato, sino por haber nacido varón.

Hablar de "violencia de género" sólo complica más las cosas que si hablamos simplemente de violencia. Es mejor admitir que la violencia no tiene género. Ello nos da una visión más completa del problema que aquella visión que mira la realidad social desde la perspectiva del género. Para empezar, según el INEGI, en 2017 el 89% de los homicidios en México fueron de varones mientras que el 11% fueron de mujeres. Esto pone en evidencia que tendríamos que preocuparnos más por los asesinatos de hombres que por los de mujeres. El discurso feminista ha instalado la falsa idea de que la violencia es únicamente la agresión del varón hacia la mujer, y que esta agresión está motivada en todos los casos por odio de género. Es hora de cambiar el discurso feminista y dejar de estigmatizar al varón como un ser abominable.

Sociedades secretas
Callar a la Iglesia, mantenerla en las sacristías y arrinconar a la religión en el ámbito de lo privado ha sido una meta de quienes se proclaman defensores del Estado laico. Mientras que la Iglesia defiende el derecho a la libertad religiosa, el cual además de poder tener templos para celebrar el culto incluye el derecho a poseer medios de comunicación, los defensores del laicismo se han puesto mal por este motivo. Así son las sociedades secretas. Todas ellas se ocultan en las tinieblas. Sus planes íntimos y verdaderos no los conocen ni siquiera los iniciados en estos grupos.

León XIII denunciaba que el principal intento de las sociedades secretas, cuyos miembros están metidos en la política y en las empresas, es destruir hasta los fundamentos todo el orden religioso y civil establecido por el cristianismo, y levantar a su manera otro nuevo orden. La Iglesia, respetuosa del Estado laico, sólo quiere obedecer a su Fundador, quien dijo que "no hay nada oculto que no deba ser revelado, y nada secreto que no deba ser conocido". (Mt 10,26). No es tanto el anuncio de Cristo lo que temen las logias, sino el que la Iglesia proclame la verdad sobre la dignidad de la persona, la inviolabilidad del derecho a la vida, la verdad del matrimonio y la familia. Son estas grandes verdades, sobre todo, las que ellos quieren que no lleguen a saberse.

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