jueves, 17 de enero de 2019

La tristeza de un agente de migración

Llegué, no hace muchos días, al puente internacional para cruzar la frontera hacia Estados Unidos. El inspector, un joven entre 30 y 40 años, me interroga con las preguntas de rigor: a dónde voy, si el coche es mío, dónde vivo. Quiere saber a qué dedico mi vida y le digo que soy sacerdote en Ciudad Juárez. Me pregunta por mi parroquia y me pide permiso para hacerme una pregunta muy personal: "¿Todo lo perdona Dios?" En su rostro percibo una expresión de profunda tristeza. "Mire usted –me dice en tono confidencial– mi esposa y yo esperábamos un hijo y, al saber que el bebé nacería con discapacidad, decidimos terminar el embarazo". Yo le respondo que cuando hay arrepentimiento en el corazón, Dios nos perdona y nuestra vida puede recuperar la esperanza. Le explico que el aborto es una herida que se abre en la vida de quienes son responsables, herida que sólo Jesús puede curar; le sugiero acercarse a su parroquia para conversar y confesarse con un sacerdote. El tiempo con el inspector fue brevísimo, pero bastó para que yo me fuera rezando en el camino por esa persona.

Muchas veces vivimos cargando con fardos muy pesados por errores y pecados que nos quitan la alegría y que fácilmente pueden sumergirnos en la depresión. Necesitamos ser escuchados por alguien pero, sobre todo, necesitamos tener la certeza de que Dios nos perdona y que nuestra vida no está perdida para siempre. Es necesario reparar nuestra relación con Dios y tener una nueva oportunidad.

De nuestras angustias y preocupaciones sabe muy bien la Virgen María. Como una buena madre que ha observado por muchas horas a su bebé y lo conoce mejor que nadie, así ella nos conoce y se anticipa caritativamente para ayudarnos en nuestras tribulaciones. Lo que hace María es acudir a Jesús para hablarle de lo que nos sucede. Simplemente le presenta nuestras necesidades. El rey Ezequías, viéndose amenazado por un rey vecino, se dirigió al lugar donde estaba el Arca de la Alianza –lugar de la presencia de Dios–, leyó la carta amenazadora de su enemigo delante del Altísimo y le dijo que el problema, más que ser suyo, era de Dios. A Dios se lo entregaba (2Re 19,10ss)

A aquel agente de migración que participó en el aborto de su hijo probablemente le está costando mucho esfuerzo ir a la presencia de Dios y postrarse para hacer oración. Cuando una carga pesada nos doblega, sobre todo si se trata de una culpa moral, cuesta más entrar en la presencia del Señor. Pero es necesario hacerlo, llegar a la presencia divina y arrojar a sus pies todo ese peso aplastante. "Arrojen en el Señor todas sus preocupaciones", decía el apóstol san Pedro (1Pe 5,7). Pero tenemos que hacerlo en la confianza de que hay un Dios que nos escucha, no en la angustia de querer presionar a Dios o convencerlo por medio del estrés que padecemos. En vez de decir "tengo grandes problemas para Dios", hemos de aprender a decir: "tengo un gran Dios para mis problemas".

Dejemos a Dios ser Dios. La Virgen en el Evangelio de las Bodas de Caná dice a los criados: "Hagan lo que Él les diga", refiriéndose a Jesús. Después de esa frase de María en los evangelios, ella guardará silencio para siempre y no hablará más. Esto significa que la voluntad de Dios es lo mejor. Muchas personas se desalientan en la oración porque esperan una respuesta de Dios a lo que ellos quieren que suceda, pero tantas veces no ocurre así. Dios ve mucho más allá de lo que nosotros vemos, Él entiende factores que no entendemos y tiene planes que nosotros no tenemos. Lo dijo por boca de Isaías: "Mis planes no son sus planes, y mis caminos no son sus caminos". Cuando presentemos entonces una súplica a Dios, tengamos la confianza de que él conoce la respuesta, los modos, tiempos y personas. Él es el Señor, no nosotros.

Sanar de un aborto no es fácil. Pero la vida pasa por tantas otras experiencias que nos hieren, y son tantas las necesidades y urgencias, que tenemos que acudir a Dios para orar. Hace muchos años conocí cerca de Monterrey a una mujer dedicada por años y años a cuidar a su hija con discapacidad mental; era tanta la atención que la muchacha demandaba que ni siquiera podía ir al baño sin la ayuda de su madre. Sin duda era una situación humanamente muy difícil. Sin embargo no había en esta madre ni una sola queja, ni blasfemias contra Dios, ni incredulidad ni reclamos, sino gratitud y alabanza porque Dios le permitía cuidar a una hija que para ella era un ángel. ¿De dónde le venía la fortaleza a esta virtuosa mujer si no era de la oración?

Sólo Dios sabe por qué cañadas oscuras y extrañas nos lleva tantas veces. Recordemos que hubo en la historia una mujer que perdió a su hijo en las circunstancias más dolorosas. Dios la sometió a una de las peores torturas. Le arrancaron al hijo con la crueldad más horrible mientras que Dios callaba en ese momento. Por ese silencio de Dios tuvo que pasar Nuestra Señora y recibir a su hijo Jesús muerto en sus brazos, en la cima del Calvario. Ella se mantuvo firme, fiel y con una gran confianza en Dios. Humildad, confianza, sencillez, esperanza, todo eso necesitamos para acercarnos a Dios, pero sobre todo la certeza de que ese Dios al que le hablamos es un Dios que tiene más deseos e interés que nosotros mismos para darnos más bien del que nosotros nos imaginamos.

1 comentario:

  1. Cómo eres mentiroso, Eduardo. Inventas cada cosa para promocionar tu agenda antiabortista. Para empezar: al llegar a la caseta de revisión en cualesquier puente internacional de El Paso, TODO se está grabando --voz e imágenes--. Ya me imagino a un "joven" de 30 a 40 años (jajaja, hasta para eso no tienes talento) pidiéndote consejo espiritual en horas laborales y en un punto de extrema vigilancia para la seguridad nacional de E.U. Mínimo le hubieran sancionado y probablemente lo hubieran despedido por estar "triste" y pedirle consejo a un sacerdote de quinta que ni para mentir sabe. Te vas a ir derechito al infierno por andar inventando y publicando payasadas. "¿Cómo está el clima en Juárez?" Tú: es que el aborto. "Oye, ¿dónde queda la Ave. Teófilo Borunda?" Tú: es que el aborto.
    Sigue también en tu fantasía de que todas las que abortan se deprimen y después se arrepienten. Cientos de miles de abortos legales en todo el mundo cada año y todas felices y contentas. Preocúpate más bien de arrancar la pedofilia y la pederastia entre el clero católico. Ah, no. Eso no existe en tu mente calenturienta. A ver con cual cuento chino me vas a deleitar en la próxima edición de Presencia. ¡Mentiroso embaucador! Aprende de perdida a mentir convincentemente.

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