martes, 29 de marzo de 2016

Pascua en Yemen

Antes de la fiesta de Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, él, que había amado a los suyos que quedaban en el mundo, los amó hasta el extremo (Jn 13,1).

El 4 de marzo quedará marcado en la historia de la Iglesia Católica con letras de sangre y fuego. Cuatro Misioneras de la Caridad –instituto religioso fundado por la beata Teresa de Calcuta– fueron asesinadas por sicarios del Estado Islámico en Adén, Yemen. Los desalmados entraron al asilo de ancianos con el objetivo de acabar con la vida de las cinco religiosas que gastaban su vida por Jesús sirviendo en aquel lugar. La hermana Sally –única sobreviviente y madre superiora– pudo relatar los escalofriantes hechos.

A las ocho de esa mañana las hermanas celebraron la Misa, desayunaron, hicieron sus oraciones y se retiraron a su casa. A las 8:30 algunos miembros del Estado Islámico llegaron al asilo, mataron al guardia y al chofer. Cinco etíopes cristianos corrieron a avisar a las hermanas que un grupo de extremistas musulmanes venían a matarlas. A esos hombres les quitaron la vida atándolos a los árboles, disparándoles en la cabeza y aplastando sus cráneos.

Las religiosas corrieron de dos en dos en diferentes direcciones. Algunas empleadas comenzaron a gritar “¡No maten a las hermanas!”. Una de ellas era cocinera en ese lugar por más de 15 años; también a ella la asesinaron. Atraparon a las hermanas Judith y Reginette; las ataron, les dispararon en la cabeza y se las aplastaron. Mientras tanto Sally, la madre superiora, corrió al convento a advertir al padre Tom sobre lo que ocurría.

Tomaron a las otras dos hermanas –Anselma y Margarita–, las ataron, dispararon en sus cabezas y aplastaron sus cráneos en la arena. La madre Sally pudo ver cómo mataban a sus hermanas y a los empleados. Los asesinos sabían que las religiosas eran cinco y les faltaba una. Fueron a buscarla al convento. Sally encontró abierta la puerta del cuarto de refrigeración y, sin pretender esconderse, sólo se colocó de pie detrás de la puerta. Los sicarios del Estado Islámico entraron varias veces al refrigerador pero nunca vieron a la hermana. Fue un milagro.

Mientras eso ocurría, el padre Tom se dirigió a la capilla y empezó a consumir las Hostias consagradas del tabernáculo. Le faltó tiempo para consumir la Hostia grande y sólo pudo ponerla en agua para que se disolviera. Un vecino vio cómo aquellos hombres subieron al sacerdote a un coche y desaparecieron. Hasta hoy no se sabe el paradero del padre. En el convento todos los artículos religiosos fueron destruidos: el Crucifijo, la imagen de la Virgen, el altar, el sagrario, el ambón, los libros de oraciones y las biblias.

La madre Sally pudo recoger los cadáveres de sus hermanas. En el asilo los ancianos estaban bien; a ninguno le hicieron daño. El hijo de la cocinera asesinada había estado llamando al celular de la superiora y, como no tenía respuesta, fue por la policía. Llegaron al convento a las 10:30 de la mañana y encontraron la masacre. Los ancianos pedían a gritos a la hermana que no los dejara solos. Ella quiso quedarse pero la policía la obligó a retirarse, pues sabían que aquellos hombres del Estado Islámico regresarían a buscarla.

La madre Sally compartió con la hermana Río su enorme tristeza por haberse quedado sola y no haber muerto junto con sus hermanas de convento. La hermana Río le dijo que Dios había querido que hubiera una testigo de aquellos hechos para narrar lo ocurrido. La madre superiora ha recordado que el padre Tom, muchas veces les dijo, durante la celebración de la Eucaristía, que debían estar preparadas para el martirio. El papa Francisco, a través de la Secretaría de Estado, ha estado muy pendiente de las hermanas mostrándoles su cercanía.

Esta semana estamos celebrando el Misterio Pascual de Cristo, su paso de este mundo al Padre a través de su Sacrificio. Es la Pascua del Señor y de sus miembros que somos la Iglesia. El testimonio de fidelidad de las hermanas mártires de Yemen nos estimule a morir a nosotros mismos, a nuestros egoísmos, para seguir encarnando la Pascua de Jesús en lo cotidiano de la vida. ¡Feliz Pascua!

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