jueves, 28 de enero de 2016

El amor en la vida de Francisco

El papa Francisco, que en febrero visitará México y Ciudad Juárez, mantuvo ocultas por un tiempo a 80 mujeres, que trabajaban como prostitutas. Lo hizo cuando era el arzobispo de Buenos Aires, y las escondió en diversos conventos y apartamentos de personas de su confianza para protegerlas, porque todas eran mujeres víctimas de la trata. El cardenal Jorge Mario Bergoglio fue valiente, no sólo para hablar sino para denunciar, con caridad cristiana, el problema de la prostitución, los proxenetas y el tráfico de esclavas sexuales en Argentina. Así lo relata Armando Rubén Puente en su libro ‘La vida oculta de Bergoglio’.

Cuenta también el autor que el cardenal arzobispo de Buenos Aires, en una ocasión, tuvo que mandar llamar a un sacerdote párroco que había expulsado de su comunidad parroquial a una pareja del mismo sexo. Tras aquel acto que juzgó de discriminación, el cardenal se entrevistó con la pareja para después hablar con el párroco y pedirle que no les cerrara las puertas de la parroquia, que no podían ser expulsados.

Con estas y muchas otras anécdotas el papa Francisco nos da lecciones de lo que para él es el amor. Y el amor no es otra cosa que aprender a escuchar a las personas y tratarlas de acuerdo con su dignidad. Pareciera a veces que el papa estuviera de acuerdo con ciertas conductas indignas del hombre, pero no es así. El papa, ante todo, es un hijo de la Iglesia que sabe que las personas están llamadas por Dios a la santidad. Pero para llegar a ella hay que hacerles cercana la experiencia del amor de Dios. No es el maltrato ni la severidad lo que transforma a los seres humanos, sino la experiencia del amor divino y los golpes de la gracia.

¿De dónde brota ese compromiso de Francisco para que en su primer viaje papal visitara la isla de Lampedusa, ese lugar casi maldito del Mediterráneo, en cuyas aguas de alrededor mueren ahogados miles de africanos pobres que intentan llegar a Europa? La fuente de su entrega no es otra sino el encuentro con Jesús. El papa se ha dejado tocar y transformar por el Señor. Su profunda fe, alimentada diariamente por la oración y los sacramentos, hace que su corazón esté permanentemente abierto al amor. En su encíclica Lumen Fidei Francisco enseña que “La comprensión de la fe es la que nace cuando recibimos el gran amor de Dios que nos transforma interiormente y nos da ojos nuevos para ver la realidad” (LF 26). En efecto, el papa mira la realidad con ojos muy diversos –los ojos de Jesucristo– a los que tenemos muchos cristianos.

Una constante actitud del papa Francisco es ir al encuentro de los últimos, y hacerse uno de ellos. Varias veces se ha presentado en el comedor de los empleados de la Santa Sede con su bandeja y cubiertos en la mano, y hace fila para que le sirvan su ración de pasta y de pescado, como a uno más. Charla amenamente con ellos de sus orígenes italianos, de economía o de fútbol, y se toma fotos. Es el papa que celebra la Misa para los jardineros y barrenderos de la Ciudad del Vaticano.

El amor –nos enseña– es ir al encuentro del otro. Explica Francisco que el amor “tiene que ver ciertamente con nuestra afectividad, pero para abrirla a la persona amada e iniciar un camino, que consiste en salir del aislamiento del propio yo para encaminarse hacia la otra persona, para construir una relación duradera; el amor tiende a la unión con la persona amada” (LF 27). Eso lo vive el mismo Francisco no sólo con los empleados vaticanos sino con tantas personas que llama directa y frecuentemente por teléfono, dentro y fuera de Roma, para construir relaciones de amistad, con enfermos, religiosas, sacerdotes, hombres y mujeres que trabajan, matrimonios, obispos.

Francisco llegará a México el 13 de febrero y a Ciudad Juárez el 17. Con sus gestos y su palabra traerá para nosotros lecciones de caridad. Nos enseñará que a Jesucristo sólo podemos amarlo auténticamente yendo más allá de los sentimientos para colocarnos junto al necesitado. Y que las emociones por Dios –que son necesarias y muy válidas– han de traducirse en signos concretos como el compartir un plato de pasta y una ración de pescado con quienes están cerca de nosotros.

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