jueves, 28 de enero de 2016

Alegría del Evangelio en Ciudad Juárez


Cuando venga el papa Francisco a Ciudad Juárez habrá sabido muchas cosas que suceden en la ciudad. Ya le habrán informado de los espantosos años de violencia que vivimos, de las mujeres desaparecidas así como de la situación dramática de tantos migrantes que por aquí transitan. Pero si el Santo Padre se asomara a ver muchas cosas que suceden en esta frontera y concretamente en la vida de esta Iglesia diocesana, su corazón se llenaría de entusiasmo y esperanza.

Si el papa descubriera el entusiasmo vibrante de los laicos católicos en Ciudad Juárez y la pasión que existe en muchas comunidades de la ciudad por llevar la Buena Nueva de Jesucristo, pondría a esos evangelizadores como modelos para otras diócesis. Efectivamente, una de las grandes fuerzas de nuestra Iglesia particular son sus laicos. Ellos, en colaboración con el Espíritu de Dios están logrado transformar el rostro de la ciudad, y lo hacen al estilo de Dios, discreta y silenciosamente.

En esta última edición del año 2015 el Periódico Presencia otorga el reconocimiento ‘El Discípulo de Jesús’ como lo viene haciendo desde los últimos nueve años, a la comunidad Laicos en Misión Permanente (LAMP). Desde hace varios años nuestro medio informativo ha seguido los pasos de esta comunidad católica engendrada en el Instituto México, cuya misión de llevar el Evangelio no se circunscribió al colegio, sino que se ha expandido como una fuerza arrolladora en diversas comunidades parroquiales de la diócesis.

Varias comunidades parroquiales se han visto transformadas por el espíritu, la pasión y la organización de Laicos en Misión Permanente. Ellos sostienen la idea de que el retiro de evangelización kerigmático será la mejor experiencia que una persona pueda tener en su vida. No economizan esfuerzos, ni en horas de trabajo, ni en oración ni en conseguir recursos monetarios para que la alegría del Evangelio toque el corazón de las personas. Y gracias a su ‘amén’ a Dios, los frutos se han multiplicado en la detonación de comunidades parroquiales vibrantes, expansivas y económicamente autosuficientes.

A Laicos en Misión Permanente los empuja el hacer realidad el derecho que tienen todos los bautizados de recibir el Evangelio. No sólo eso, sino el derecho que tienen de pertenecer a una pequeña comunidad católica y a recibir formación permanente dentro del ambiente de su parroquia. De esa manera contribuyen a que cambie el rostro de las familias, de los barrios y a frenar el avance de las sectas, que tanto dañan a la unidad de la Iglesia.

Con la visita del papa Francisco a México y Ciudad Juárez, muchas personas empezarán a salir de sus tristezas, que son fruto amargo de vivir aisladamente, fuera de la comunión con Dios y con los demás. Lo dijo el mismo papa: “El gran riesgo del mundo actual, con su múltiple y abrumadora oferta de consumo, es una tristeza individualista que brota del corazón cómodo y avaro, de la búsqueda enfermiza de placeres superficiales, de la conciencia aislada. Cuando la vida interior se clausura en los propios intereses, ya no hay espacio para los demás, ya no entran los pobres, ya no se escucha la voz de Dios, ya no se goza la dulce alegría de su amor, ya no palpita el entusiasmo por hacer el bien. Los creyentes también corren ese riesgo, cierto y permanente” (EG 2).

Muchas de esas personas que se acerquen al misterio de Dios después de la venida del papa esperarán que alguien de nuestras parroquias los evangelice. ‘Queremos ver a Jesús’, dirán, como aquellos griegos dijeron a Felipe. Esperan catequesis y un ambiente donde alimentar su fe católica. ¿Estamos preparados?, es la pregunta que nos hacemos. Que el testimonio de Laicos en Misión Permanente sirva para que quienes estamos sirviendo en la Iglesia recobremos la pasión y el fervor, “la dulce alegría de evangelizar”, para que quienes buscan a Dios con angustia y esperanza, encuentren en nosotros –cito palabras del papa– “no evangelizadores tristes y desalentados, impacientes o ansiosos, sino ministros del Evangelio, cuya vida irradia el fervor de quienes han recibido, ante todo en sí mismos, la alegría de Cristo” (EG 10).

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