viernes, 6 de febrero de 2015

El padre Waldo

Uno de los capítulos más bellos de mi vida sacerdotal acaba de terminar. Del año 2009 a inicios de este 2015 Dios me regaló seis años en los que acompañé de cerca a un hermano sacerdote, cuarenta años mayor que yo. En aquel 2009 llegué como párroco a la Divina Providencia donde servía el padre José Waldo Vega Ortiz como sacerdote adscrito. El padre ya había sido jubilado, por lo que prestaba únicamente servicios sacramentales en la parroquia.

Una larga trayectoria de vida sacerdotal le acompañaba. Había sido párroco en Nuevo Casas Grandes, Nuestra Señora del Sagrado Corazón, Cristo Redentor, La Natividad del Señor y quién sabe en qué otros lugares de la diócesis… Pronto me di cuenta de que trataba con un sacerdote muy puntual, exigente consigo mismo y con los fieles, pulcro en su aseo, ordenado, sobrio, irónico en su sentido del humor, de carácter firme. Con un cúmulo de virtudes lo conocí y también con su explosivo temperamento. Bastaba que algo le irritara y Troya se chamuscaba. Así aprendí a quererlo.

Educado en la vieja guardia donde el cura del pueblo era la autoridad a la que había que obedecer sin chistar –San Buenaventura es su pueblo natal–, el padre Vega se mostraba duro en el confesionario. Su dureza me hacía sufrir un poco. Varias veces, al estar los dos escuchando confesiones en el templo, lo espiaba por el rabillo del ojo para tratar de descubrirle algún ademán brusco con algún penitente. “Misericordia, Dios mío, por tu bondad”, repetía yo en silencio. A veces tuve que pedir a los arrepentidos que solamente aquellos que tuvieran un trato familiar con él se le acercaran para la confesión de sus pecados.

En varias ocasiones salimos a cenar y entre los dos se estableció una cálida relación de confianza. Meses después sus capacidades físicas y mentales habían disminuido considerablemente y tuve que pedirle que me permitiera acompañarlo a celebrar la Eucaristía. Yo predicaría la Palabra de Dios mientras que él presidiría la misa. Pero esta idea no le agradó y prefería sentarse a escuchar, un poco molesto, la santa misa mientras yo hacía toda la celebración. Seguramente no era fácil para él que un párroco, a quien él conoció de niño, viniera a suprimirle la Eucaristía. Sin embargo era una decisión dolorosa y necesaria por el bien de la comunidad. A partir de ese momento su sacerdocio dejó de ejercerse en el altar para vivirse en el lecho de la enfermedad.

Durante más de dos años personas de la Divina Providencia y La Natividad del Señor se hicieron cargo del cuidado del padre Vega. Con delicada caridad lo visitaron y le llevaron alimentación. Dios pagará con un cúmulo de gracias –“porque estuve enfermo y me visitaste”– la generosidad de esas lindas personas. Fue hasta el año 2014 cuando los padres de Catedral decidimos compartir nuestro hogar con él. Nunca olvidaré su llegada. Al no reconocer su casa se puso más furioso que nunca y estuvo echando lumbre durante varias horas. Aquellos ataques de rabia lo dejaban agotado, se quedaba dormido y despertaba sonriente, saludando a todos, como si nada hubiera ocurrido.

Estar al cuidado del padre más longevo de la diócesis –91 eneros– ha sido una experiencia bellísima. Muchas veces hemos comido juntos y he disfrutado sus dichos y ocurrencias; otras veces lo trasladamos a la catedral para revestirlo con estola para la concelebración de la misa. Fueron muchas tardes las que jugamos dominó y otras muchas al juego de la lotería. Nos sentábamos frente a la televisión a ver películas de Cantinflas o de Pedro Infante. Algunas veces me pidió llevarlo al baño y también me tocó rezar con él por las noches el Padrenuestro, el Avemaría y el Dulce Madre.

Sin embargo el padre Vega, en pocos años, dejó de ser aquel sacerdote en plena posesión de sí mismo para regresar nuevamente a la cuna. Continuamente desconocía la casa en que habitábamos; preguntaba muchas veces por su mamá –que si sabía yo dónde se había metido, que si ya estaba acostada, que si cuándo iba a venir a visitarlo–; los días en que lo llevábamos al parque Borunda regresaba feliz asombrado de la belleza de Guadalajara; le gustaba que la casa estuviera llena de chamacos y a veces ‘regresaba’ cansado de celebrar tantas misas en Casas Grandes.

Fueron muchas noches en las que me despertó dando grandes voces a las dos, tres, cuatro de la mañana, como un niño pequeño, reclamando atención. Y al entrar yo soñoliento y un poco asustado a su habitación lo encontraba sentado en su cama, con zapatos y sombrero puesto. “Ya vámonos a casa de mi tía Pepa… ¿dónde está toda la bola de muchachos que andaba por aquí?... ¿Tú sabes dónde quedaron las llaves de la pickup? ¡Qué bonito está Veracruz pero ya me quiero regresar a Juárez!”. Eran sus respuestas. El desgaste de sus neuronas fue progresivo y hoy su mente lleva la corona de espinas de Jesús en su Pasión.

Durante el tiempo en que nuestro Señor nos permitió cuidar al padre Vega he recordado la frase que Jesús dijo a Pedro: “Te aseguro que cuando eras joven, tú mismo te vestías e ibas a donde querías. Pero cuando seas viejo, extenderás tus brazos, y otro te atará y te llevará a donde no quieras” (Jn 21,18). Es el destino del adulto mayor enfermo.

Hoy que los padres de Catedral hemos tenido que dejar la antigua casa en que vivíamos, el padre José Waldo Vega fue trasladado al Seminario donde descansa acompañado de sus enfermeras, del cuidado de los padres formadores y del cariño de los seminaristas. Dicen que la primera noche fue muy difícil para él porque desconocía la habitación, pero hoy él mismo dice que se encuentra muy a gusto en sus vacaciones y que la está pasando de maravilla mientras que nosotros tenemos que trabajar.

Celebrar misas, bautizar chiquillos, atender funerales, asistir enfermos, impartir charlas espirituales, escuchar confesiones, preparar conferencias, dar dirección espiritual, escribir artículos y pagar las nóminas son las ocupaciones más habituales que tengo como sacerdote. Sin embargo los años que pasé junto al padre Vega los llevo como un tesoro que Dios me regaló. Acompañar a un sacerdote, a otro Cristo en su Vía Dolorosa hacia el monte Calvario, eso no tiene comparación.

5 comentarios:

  1. Muchas por recordarnos como debemos atender a un hermano.

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  2. El padre Vega me enseñó el camino de la fe desde mis 7 años, hasta los 19 años, él formó toda una generación de cristianos en Cristo Redentor que sigue siendo pilar en varias parroquias y en su vida familiar. Gracias, padre, por darnos noticias del padre Vega.

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  3. Que hermosa oportunidad; el poder servir a Cristo, en el anciano. Gracias por compartir. Todos tenemos ancianos en nuestra familia, y lo que es mássss......algún día lo seremos!

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  4. Fue un placer haber pasado mi adolecencia al lado del Padre Vega y la Madre Dolores en Cristo Redentor. Ejemplos de dedicación y entrega a su vocación.

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  5. Así es vero y Rafa una gran bendición haber conocido y convivido con el padre Vega y sister Dolores. ... dios los bendiga siempre !!!

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