sábado, 10 de enero de 2015

El Cristo de los milagros

Me he encontrado con algunos católicos que niegan que Jesús haya hecho milagros. Hablan del Jesús que vivió en la historia como alguien diverso del Jesús que resucitó de entre los muertos. Para ellos existió un Jesús real y después la Iglesia inventó un Cristo de ciencia ficción. Alegan que fueron los primeros cristianos los que al escribir los evangelios, le colgaron los milagros al Señor pero que, en realidad, esos prodigios no existieron. Dicen que para conocer realmente al Jesús real hay que quitarle los milagros, especialmente su divinidad. Entonces sí conoceríamos a Jesús de Nazaret tal cual fue.

Para ellos es absurdo creer en la resurrección y de que Cristo está vivo. Yo me pregunto, ¿cómo se pueden llamar cristianos entonces? Porque sacrificarlo todo por un personaje que solamente vivió en la historia no tiene sentido. Creer, sentir, amar, adorar, seguir y estar dispuesto a dar la vida por Jesús solamente podemos afirmarlo con la convicción de que Él es Dios, que está vivo, presente y operante en el mundo; con la convicción de que con Él vamos al Cielo.

¡Bah! Nada más absurdo que esa postura del Jesús dividido entre aquel que vivió en la historia y aquel Cristo que inventó la comunidad cristiana. Le llaman a éste ‘el Cristo de la fe’. Es más, si esas ideas fueran ciertas, yo dejaría el sacerdocio y me dedicaría mejor a vender paletas o elotes. ¿Para qué ser sacerdote de alguien que fue un simple reformador social? Para eso mejor me inscribo en la política. Es más, si me convenciera que Jesucristo no hizo milagros y que fue sólo un hombre, renunciaría a la fe cristiana y quizá me haría budista o judío. Así de sencillo.

Uno de los testimonios más bellos y convincentes de que Jesucristo, tal y como nos lo describen los evangelios, es el único Cristo real, es el martirio que padecieron miles de cristianos durante los primeros siglos. Ellos estaban dispuestos a confesar su fe y dar su vida por Jesús y por ser fieles a sus enseñanzas. ¿Quién se daría la vida por defender doctrinas de un personaje de ficción? ¿Quién se atrevería a padecer por un Cristo ficticio?

Pero además, si los evangelios narraran hechos fabulosos, ¿por qué contienen relatos que pudieran parecer embarazosos para las primeras comunidades cristianas? Por ejemplo la elección de Judas como apóstol. ¿No es penoso y no desacredita a Jesús el haber elegido a un traidor? O los relatos de la Pasión donde Jesús llora de angustia en Getsemaní, o ese momento en que, pendiendo de la cruz, grita con voz fuerte: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”. ¿Y qué pensar de la traición de Pedro a su Maestro y la elección que hizo de él Jesús como la piedra sobre la que edificó su Iglesia? Este tipo de relatos nos habla de que los evangelios narran hechos auténticos, históricos, y no deformaciones de la comunidad cristiana.

¿Qué decir de los milagros de Jesús? ¿Caminó realmente sobre las aguas? ¿Resucitó a Lázaro? ¿Calmó, de verdad, la tempestad? ¿Sació a una multitud con la multiplicación e los panes, o todos estos hechos son meros relatos simbólicos de otras realidades? Estas preguntas nos remiten a una sola: ¿Quién era Jesús? Porque si creemos que era sólo un hombre sabio –repito– renuncio a mi parroquia y abro un puesto de hamburguesas. Pero si Jesús era el Verbo eterno de Dios, la Segunda Persona de la Trinidad hecha carne y huesos, entonces todos los milagros ocurrieron, tal y como se narran en el Nuevo Testamento.

Que nadie venga con interpretaciones extrañas de los evangelios y quiera quitarle a Jesús su carácter sobrenatural. Sin ciegos que literalmente vieron; sin paralíticos que realmente se levantaron; sin demonios que, en verdad, fueron expulsados y entraron en piaras de cerdos; sin ángeles que abrieron la cárcel a los Apóstoles; sin muertos que efectivamente resucitaron, los relatos de la vida de Jesús no pasan de ser únicamente simples moralejas muy bonitas, y sanseacabó. Se necesitaría estar orate para entregar la vida por un hombre que no es Dios, y que además se atreve a proponer que nos crucifiquemos con él.

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