sábado, 20 de diciembre de 2014

Dios te viene a buscar

Es bellísimo cuando cerca de la Navidad se escuchan, en el susurro del confesionario, los pecados más oscuros. A mí me da especial alegría, en esta época en que nos preparamos para el nacimiento de Jesús, escuchar esas confesiones donde se muestra la pus que forma parte de la vida humana. El gusto me da, no porque me complazca en las infecciones del corazón humano, sino porque ahí en el confesionario compruebo que Jesús nació para hacer pedazos nuestras maldades y darnos la paz.

Hace tiempo un chico de 26 años había vivido una ‘vida loca’ –así le llamaba a los excesos y vicios– hasta que sintió un insoportable disgusto consigo mismo. Un día se atrevió a abrir su corazón en el sacramento de la confesión. Con lágrimas en los ojos recibió la absolución. Durante muchos años creyó que confesar los pecados era una pesada carga para los católicos, y no se daba cuenta de que la carga era, justamente, el peso de sus pecados acumulados.

Gran misterio es el regreso del hombre a Dios. A veces las personas duran décadas sin confesar sus pecados. Por mucho tiempo viven en una situación espiritual de muerte. Permiten, a veces sin darse cuenta, que el mal se apropie de sus corazones haciendo costras que se van arraigando muy dentro de ellos. Satanás los tiene firmemente sujetados y, por ellos mismos, no pueden romper las cadenas. ¿Cómo interviene la gracia para sacar a esas personas del abismo? El Espíritu de Dios da toques al alma –unas veces suaves, otras más fuertes– despertando la nostalgia de Dios, pero siempre en el respeto de la libertad humana.

No fue el hijo pródigo quien por sí mismo decidió regresar a la casa paterna, luego de haber probado el fracaso de dejar a su padre. En realidad la gracia de Dios estaba obrando silenciosamente en él para disponerlo al arrepentimiento y a pedir perdón. La gracia, siempre la gracia está en el origen de toda conversión y de toda decisión de arrodillarse en el confesionario.

Nuestra justicia es diversa a la justicia divina. Cuando una persona comete un delito grave, los hombres lo persiguen, mediante la policía, para aplicar el peso de la ley y darle su castigo en la cárcel. Dios no actúa así con nosotros. Dios persigue al delincuente de diversa manera; mediante los remordimientos de conciencia lo va llamando, no para castigarlo sino para perdonarlo, no para encerrarlo sino para liberarlo.

Es asombrosa la manera discreta en que Dios actúa en el alma. Nuestro corazón es el campo de batalla donde luchan la gracia divina y las seducciones del demonio. Tengo un amigo que vivió prisionero, por muchos años, de la marihuana y la fornicación. No quería saber nada de Dios. Si Dios se le hubiera presentado de pronto y frente a frente, muy probablemente esta persona lo hubiera echado fuera con un portazo.

Pero el Señor es más astuto y aun en el pecado Dios no deja de moverse sigilosamente. Lo hace, sobre todo, ayudándonos a descubrir las trampas del maligno. Ese amigo aficionado a la droga era seducido cuando el tentador estimulaba sus apetitos y le presentaba falsas alegrías. Al ser arrastrado por la ilusión de felicidad del mal, llegaba, puntual la desilusión. Su alma sedienta de paz empezaba a advertir la inconsistencia de la promesa del príncipe de este mundo. En esos momentos la gracia de Dios entraba en acción.

¿Cómo? Aunque la astuta serpiente buscaba siempre nuevas mercancías ilusorias para ofrecerle, la cadena de ilusiones y desilusiones no podía mantenerse hasta el infinito. Llegó un momento en que mi amigo abrió sus ojos y descubrió en engaño.

Fue la primera victoria de la gracia. El mal siempre se disfraza de bien. Lo que atrae empieza a ser visto con ojos diversos. Se ve la realidad brutal del pecado. El hijo pródigo descubrió que aquel bodrio era comida de cerdos y decidió emprender el regreso a la casa del padre. El disgusto por una vida de pecado deja lugar a un deseo siempre más fuerte de pureza y santidad. La nostalgia de la belleza, de la verdad y del bien, se vuelve una fuerza que no se puede eliminar.

Ya viene la Navidad. Es tiempo para dejarnos encontrar por Dios y purificar el alma con la confesión de los pecados. Un pesebre limpio, un corazón puro, qué bello regalo para Jesús.

2 comentarios:

  1. Podría ampliar en el concepto comida de cerdos?

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    1. El cerdo era considerado como un animal impuro para los hebreos, y ellos consideraban una enorme humillación tener el oficio de cuidar cerdos. Llegar a comer comida de cerdos significa una degradación muy grande, algo totalmente indigno para un judío. En el plano espiritual podemos decir que aquellas personas que viven alejadas de la casa paterna de Dios se degradan tanto por el pecado que su alimento es chatarra, es carroña, inmundicia, cosas que llevan a la degradación y a la pérdida de la dignidad humana. Pensemos en las drogas, la pornografía, la delincuencia, todo tipo de vicios que hacen a las personas vivir una vida más parecida a la de los animales que a la de los hijos de Dios.

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