sábado, 11 de octubre de 2014

Raíces malignas de la corrupción

Hace tiempo leí a un periodista local que acusaba al cristianismo de haber fabricado el concepto de ‘pecado’ en la historia de la humanidad. Señalaba que la Iglesia es la responsable de manipular las conciencias de los feligreses para crearles un sentido de culpabilidad que no existe y así ejercer una forma de control sobre la población.

Me pregunté: si a ese escritor le hubieran robado su casa y asesinado a su esposa, ¿seguiría pensando que sólo se cometieron dos delitos de orden jurídico y que nunca se violó un orden moral y espiritual? Hace unos días volvió a ocurrir un hecho de extrema violencia en la ciudad: un policía mata a sus dos hijos y después él se quita la vida. ¿Se puede llamar eso únicamente una infracción legal? Sobornar a un agente de tránsito o desviar millones de pesos fondos públicos a cuentas privadas, ¿es sólo un delito o también un pecado?

El pecado es la raíz de toda corrupción; es una realidad incuestionable que ha convertido al mundo en un enorme hospital, y a México en un país poco atractivo para invertir. Si decimos que todos estamos enfermos del alma nos aproximamos a la verdad, mucho más de los que nos imaginamos. La tragedia es que, así como existe una gran cantidad de personas que ignoran ser portadoras de VIH, la mayor parte de los hombres no reconocen que el pecado ha infectado sus almas.

En ambiente católico hay quienes se acercan al confesionario después de 40 años sin el sacramento y sólo se confiesan de ‘alguna que otra mentirilla’. Esto ocurre porque cuando la vida entra en el pantano del mal, se desarrollan cataratas espirituales, que es una forma de ceguera peligrosa. La persona no se da cuenta de su situación existencial de pecado y en el caso de que aumenten los remordimientos de conciencia, tiende rápidamente a justificarse, y a decir “es que todo el mundo lo hace”.

Hace años conversé con un hombre no creyente que criticaba duramente las enseñanzas morales de la Iglesia. Su gran fortuna la había amasado atropellando a otras personas. Llevaba varios divorcios y presumía de una extensa colección de amantes. No acababa de entender por qué una institución religiosa podía limitar sus excesos. Lo más probable es que jamás llegue a comprenderlo. Porque cuando Dios desaparece del horizonte de la vida el alma se queda a oscuras, muy torpe para distinguir el bien del mal.

El pecado y la corrupción se perciben solamente a la luz del misterio de Dios. Mientras más alto escala el alma hacia las cimas purísimas de la luz divina, más claramente verá cualquier mota de impureza, y más experimentará malestar por ello. Pero mientras más desciende el alma en la degradación de su ser hacia los abismos oscuros, no percibirá la gangrena y ser precipitará por un camino de muerte.

La corrupción social comienza cuando las almas nunca escuchan hablar de Dios y crecen indiferentes a los valores del espíritu. La carne, con sus encantos y seducciones, les impone su dictadura brutal en la vida cotidiana. ¡Pobres almas que viven en el tiempo sin pensar en la eternidad, y no se hacen preguntas sobre el sentido de la vida y su destino después de la muerte!


 En los países más corruptos las personas no niegan, quizá, explícitamente la existencia de Dios y del alma, pero viven como si no existieran. Pasan los años y los incrédulos llegan al umbral de la muerte sin estar preparados, con el riesgo de morir como los animales. Así viven muchos cristianos hoy. Los pecados se multiplican en sus vidas como bacilos malignos que luego corromperán las instituciones, sin que estas personas adviertan la gravedad y sin tener asomos de arrepentimiento.

El camino hacia la sima de la corrupción no termina aquí. Satanás querrá transformar a sus presas a su imagen y semejanza. De la indiferencia a Dios, la astuta serpiente empuja hacia la negación explícita, hacia el odio y el desprecio a Dios y a sus obras. Necesita hombres que sean militantes de su imperio tenebroso. Es lo que sucede en muchos cuerpos de policía del mundo, en las mafias, en la fabricación de guerras y venta de armas, hasta llegar a regímenes tan perversos como el nazismo, el comunismo o el capitalismo salvaje.


No tengamos miedo a descubrir las raíces malignas dentro de nosotros. Pidamos luz al Espíritu de Dios para conocer nuestro corazón y vayamos al Médico divino que nos aguarda amorosamente en el confesionario.

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