sábado, 27 de septiembre de 2014

La buena pelea de los laicos

Hace algunas décadas el mundo estaba dividido en dos bandos, capitalismo y comunismo. Las grandes batallas intelectuales para organizar la economía y la política eran entre esos dos polos ideológicos. En el siglo XXI aquellas pugnas quedaron atrás y hoy está en juego algo más profundo. La batalla intelectual de nuestros días es por redefinir la naturaleza humana. ¿Qué es el hombre? ¿De dónde viene y a dónde va? Son las preguntas en el amanecer de este siglo. Son preguntas que un fiel laico católico debe saber responder. Y responder bien.

Desde antes de la aparición del cristianismo, la humanidad tenía muy claro que existe lo que se llama ‘naturaleza humana’. Es decir, el hombre se consideraba la criatura favorita de Dios, dotada por Él con inteligencia y libertad, con alma inmortal, que existe como hombre o mujer, cuya vocación era regresar a Dios que lo creó.

Aristóteles y santo Tomás de Aquino enseñaban que existe un contraste entre lo que el hombre es y lo que debe llegar a ser. Somos seres que podemos perfeccionarnos a través del desarrollo de nuestra naturaleza. Siempre podemos y debemos ser mejores personas. Para lograrlo, decía santo Tomás, es necesario que desarrollemos las virtudes y evitemos los vicios. De esa manera realizaremos nuestra vocación de seres humanos.

A los católicos practicantes, esta idea del hombre nos parece natural. Pero hoy esta concepción del ser humano es, para cada vez más personas, anticuada e inaceptable. Me decía una señora periodista que ella no tenía por qué vivir dentro de los límites de ser mujer; afirmaba que ella, si quisiera, podía ser otra cosa, a pesar de que la cultura la hubiera condicionado a comportarse como mujer.

Me quedé pensando: ¿Qué otra cosa, además de mujer, quiere ser? Para esta periodista, que había bebido de la ideología de género, ser mujer era una limitante de su libertad. Me decía que los seres humanos no tenemos naturaleza, sino que somos seres libres que podemos ser lo que queramos, es decir, tenemos la libertad para definir nuestra naturaleza.

Así como la sociedad trata de redefinir al hombre, lo mismo intenta hacer con la familia. Tradicionalmente la humanidad ha visto al matrimonio irreversible entre un hombre y una mujer como esencial para la supervivencia de la sociedad. Hoy esta visión se ve como una más dentro de muchos modelos de familia, los cuales son considerados como igualmente benéficos y deseables. A la familia tradicional se le considera rancia y poco atractiva.

En este contexto de inicios del siglo XXI, cuando las batallas culturales arrecian por buscar una nueva definición para el hombre y la familia, ¿cuál es el papel de los laicos? Líbrenos Dios de que quieran encerrarse en los templos y sacristías, junto con curas y monjas, mientras que en las escuelas y universidades, oenegés, ambientes políticos, empresas y medios de comunicación se está redefiniendo al hombre y al futuro de la sociedad.

La cultura hace grandes esfuerzos para acallar las voces católicas. Y ante tantos ataques y burlas muchos laicos se han acomplejado, conformándose con que se les permita vivir como una especie en extinción que habita recluida en un parque nacional. ¿Deberán seguir los católicos tratados como ciudadanos de segunda? Por supuesto que no. Ellos han de dar la buena pelea, han ser capaces de explicar a todo el mundo por qué nuestros valores sobre el matrimonio, la familia y la protección a la vida humana son los mejores no sólo para nosotros los católicos, sino para todo el mundo.

Los laicos tienen el deber de influir en la vida pública, pero es importante documentarse, investigar, leer, saber argumentar con la razón. Para el diálogo con el mundo no creyente utilizar la Biblia o el Catecismo no es inteligente. La Palabra de Dios es para el templo y la vida interior, pero no para la universidad ni para el Congreso. Si un hijo cuestiona a sus padres si dos personas del mismo sexo deben casarse, la respuesta no puede ser débil. Hace falta prepararse bien.

Con la redefinición del hombre, tiempos oscuros amenazan a la sociedad. Serán los laicos quienes puedan evitar el hundimiento.

1 comentario:

  1. El mejor artículo que he leído en meses, me gustaría agregar que el católico está teniendo un desdoblamiento extraño, piadoso en el templo y pecador en el mundo. No solamente no defiende los valores en su trabajo, reuniones, etc. sino que se convierte en actor de lo que en el templo dice rechazar. Los grupos "religiosos" de laicos se han convertido en tumbas blanqueadas y la confesión un cesto de basura donde se liberan de los pecados y ya "limpios" a pecar con mas ganas. La sociedad actual se asemeja mucho a la bola de nieve que va creciendo en su caída arrastrando todo. Me gustaría, Padre que viera como se comportan en sociedad los "católicos" que van a misa a darse golpes de pecho. De nuevo excelente artículo, felicidades por esa visión clara de las cosas.

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