sábado, 19 de julio de 2014

Padre e hijo en discusión

“Papá, tú no puedes pretender que Jesucristo, que vivió y murió hace dos mil años, sea el salvador de los hombres de todos los tiempos”. La frase del muchacho de 22 años dejó perplejo a su padre. Desde hacía varios años habían tenido fuertes discusiones sobre el tema religioso. El chamaco, cuando fue niño, había sido monaguillo, pero creció y se hizo rebelde, sobre todo en cuestiones de fe. De pronto no quiso ir a la iglesia pero fue el ambiente universitario el que lo llevó a alejarse aún más de su catolicismo.

Una de las discusiones más fuertes que padre e hijo habían tenido fue en torno a dos amigas del joven. Ellas eran pareja. Un día revelaron a su círculo de amigos el amor que se tenían y se fueron a vivir juntas. “¡Eso es contra la naturaleza!”, decía el padre. “¿Qué tiene de malo? –respondía el hijo– si ellas así lo sienten, lo importante es que se amen”. “¡Nuestro Señor hizo tuercas para los tornillos –replicó el progenitor–, tuercas con tuercas es un pecado contra natura!”.

El muchacho, que perdía la paciencia, subió el tono de voz: “¿Qué es eso de contra natura, papá? ¿Quién entiende tu lenguaje? ¡Hablas como un viejo anticuado, como un retrógrada!”. “¡Y ya te he dicho miles de veces –habló más fuerte el papá– que te quites los aretes que te pusiste y te cortes esos pelos; al rato tú también te vas a voltear!”. Le dijo su hijo: “¡Tú crees que la felicidad se consigue viviendo en el orden que tú dices que Dios estableció! Perdóname papá, pero estás equivocado. La felicidad es que cada quien siga sus sentimientos, sus emociones y realice su vida según sus deseos. Si a mí me da la gana ponerme aretes y largarme a vivir con mi novia, ¿a ti qué? Además los chilangos en el DF ya dejan casarse a hombres con hombres y mujeres con mujeres. Y si la ley lo permite es porque se trata de algo bueno, ¿no?”

“¿Ah sí? –espetó el padre, furioso– ¿Tú crees que el aborto es algo bueno sólo porque esos políticos del DF lo aprobaron? ¡Es el asesinato de un inocente! No se te olvide nunca que Dios diseñó el cuerpo de la mujer para la maternidad”. “Pues esa es tu interpretación –contestó el muchacho–; las políticas de género dicen que tenemos derechos sexuales y reproductivos y que no estamos ligados a nuestro sexo biológico; podemos ser lo que queremos ser, y además hay muchos tipos de matrimonio y familia”.

Respondió el padre: “Matrimonio sólo hay uno, el natural. En el principio –dice la Biblia– Dios los hizo varón y mujer, hombre y mujer los creó”. “Andas mal, papá –dice el joven– ¿Y por qué en algunas culturas de África existe la poligamia? ¡Para que veas que el matrimonio varía de cultura en cultura! Ahí está mi tía Liviana, que se ha casado tres veces y tiene hijos de sus dos primeros maridos”. Contestó el padre: “La vida de tu tía Liviana ha sido caótica; siempre fue una mujer hueca, quiso ser artista y tú sabes que en ese medio hay mucho degenere, la gente se casa y se descasa”. “¡Basta papá –dijo fastidiado el chamaco– definitivamente tú y yo somos de planetas diferentes y de épocas muy diversas”, y dando un portazo se marchó, dejando a su padre masticando su frustración.

Este choque entre padre e hijo es reflejo de la dificultad que hoy tienen millones de católicos para entender que existe un orden creado por Dios, es decir, una ley natural. No terminan de comprender por qué el hombre debe ordenar su vida a un plan divino inscrito en el corazón del hombre. No queda claro, sobre todo para los jóvenes, que para todos existe un proyecto divino para la naturaleza humana, el cual podemos conocer por la fe y la recta razón. La cultura, la ciencia, la economía, los derechos humanos, las leyes, las universidades, las artes, los medios… en todos los ambientes se proclama hoy que no existe la Verdad ni un proyecto divino para el hombre, sino que cada quien puede construir su vida sobre sus sentimientos y emociones espontáneas. Si el hombre se hace a sí mismo y se dicta su propia ley moral, la convivencia entre seres humanos será cada vez más difícil y la sociedad terminará por hundirse en las arenas movedizas del relativismo.

Como Iglesia de Jesucristo, creemos que existe la Verdad y el Bien, que existe un proyecto divino para el hombre de todos los tiempos y que sólo a la luz de esa verdad y viviendo en el bien podremos realizar nuestra vocación. En el próximo Sínodo de la Familia, la Iglesia deberá buscar nuevas maneras de explicar estos conceptos a sus fieles con mayor claridad, y buscar adecuar su lenguaje a los tiempos actuales. De otra manera, padres e hijos difícilmente se entenderán y millones de católicos seguirán confundidos.

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